¿Sientes que nadie hace las cosas como tú? ¿Te cuesta trabajo soltar el control absoluto de cada detalle? ¿Te precias de ser perfeccionista? Seguramente estás agotando a tu equipo y tienes que dejar de hacerlo ya.
Un estudio realizado por la Asociación Americana de Psicología, señala que el 75% de las personas que trabaja (en Estados Unidos) “considera que su jefe es “la parte más estresante de su jornada laboral”. Una de las razones que da lugar a esto es la falta de autonomía y de control excesivo que genera la práctica del micromanagement o microgestión. La microgestión es una conducta nociva por parte de las y los gerentes que implica una supervisión excesiva, un control absoluto y una autonomía y delegación nulas en las tareas laborales.
En general, las mujeres fuimos educadas (no solo por nuestras familias y centros educativos, sino por la sociedad en general) para apreciar y perseguir la perfección. Esta característica hace que podamos tender hacia la microgestión. Por ello, es muy importante darnos cuenta de si la hacemos o no y reflexionar (¡y actuar, sobretodo!) sobre estos tres puntos para evitarla:
- Enfócate en el resultado, no en el proceso. Lia Garvin, en su artículo “How to stop micromanaging and start empowering”, señala que enfocarse en resultado disminuye la microgestión. Como sabemos, generalmente hay muchas formas de llegar a un mismo resultado. Más allá de que creamos que hay unas formas mejores de hacerlo sobre otras, nuestro rol debe ser siempre garantizar que el resultado sea el esperado más allá del proceso a través del cual se hizo. El proceso solo debe importarnos en tanto se respeten las reglas básicas (imaginemos un proceso de compra que debe cubrir ciertos requisitos) o mínimas, sin imponer otras que no son necesarias (utilizando el mismo ejemplo del proceso de compra, sería útil pensar en una invitación abierta, pero no en un requisito absurdo como hacer la propuesta en un cierto tipo de letra). La creatividad de las personas puede ser utilizada para crear el mismo resultado a través de distintas formas. Si siempre quieres tener el control hasta del más mínimo detalle del proceso, puedes ser una microgestora.
- Céntrate en las personas. Las personas, el recurso humano, el talento de ellas, es lo más importante. Debemos ponerlas al centro por que son quienes alcanzarán los resultados. A partir de esta visión, su crecimiento y aprendizaje resulta indispensables. Si les controlamos y no damos autonomía alguna para que ellas mismas hagan el trabajo, no solo se sentirán alienadas, sino que estaremos limitando su capacidad de aprendizaje, pues ¿cómo van a aprender si no les dejamos experimentar? Una cosa es dar guía de hacia dónde queremos llegar (de nuevo, énfasis en el resultado y no en el proceso) y otra es ponerles una camisa de fuerza y decirles que solo hay una forma. Lia Garvin señala que las personas que son buenas líderes, “permiten que las personas experimenten, cometan errores, aprendan y crezcan, para que puedan convertirse en mejores elementos”. Cuando ponemos en el centro a las personas, nos damos cuenta de cuán nociva resulta la microgestión.
- Mejora la comunicación con tu equipo. La microgestión mina la confianza en el ambiente laboral; es un reflejo de que no confías en las habilidades de las personas para lograr las cosas. Si te preocupa algo en particular, en lugar de microgestionar, habla de ello con las personas de tu equipo. Comunícales tu preocupación y permite que ellas te den también retroalimentación sobre cómo están viendo las cosas, las opciones que están considerando o lo que se podría hacer si algo sale mal.
La microgestión mina la autonomía, quiebra la confianza e incide negativamente tanto en la responsabilidad como en la rendición de cuentas de las personas. Crear ambientes de trabajo productivos, que se centren en el desarrollo de habilidades de las personas, nos va a permitir tener vidas laborales más plenas, productivas y rentables.